
A aquella que a tan temprana edad se encontró con un vínculo que la definiría por tanto tiempo, la que hizo una promesa que resultó casi imposible de romper. A aquella que conoció y reconoció al amor, en corazones y ojos casi negros. A aquella que hasta el día de hoy sigue escribiéndole a un fantasma.
A aquella mujer que contestó llamadas a las 4 a.m., que se quedó despierta hasta la madrugada esperando, que llegó a dormir a las 6 a.m. con la sensación del otro aún en la piel. A aquella que tontamente limitó sus experiencias y sentimientos, guardándole poca esperanza al futuro y sus propuestas. A aquella que sigue dedicando canciones, que aún siente la pérdida, que justificó comportamientos nocivos y egoístas. A la que presenció, mas no soportó, escenas de celos.
A esa mujer que pierde por un momento la respiración al pasar por ciertas calles, al ver a ciertos amigos que ahora son desconocidos. A aquella que lucha con los impulsos por llamar o escribir, solo para sentir una falsa cercanía, la que espera, pero rechaza el regreso inminente del otro, que parece asomarse por las grietas que aún tiene el ciclo que se cree cerrado.
A aquella que recibía y se conformaba con respuestas a medias un 14 de febrero, que confundió ansiedad con enamoramiento y viceversa, que hurgaba por tiempo, espacio y cariño hasta con las uñas. A la joven que dio todo, siempre, pero que representó una comodidad, una conveniencia, nunca un compromiso. A aquella que entregó su corazón y con el tiempo y muchos cuidados, lo ha ido recuperando de vuelta. A la mujer que te dio la mitad de su vida, y hasta hoy, no se arrepiente de nada pero sabe plenamente cómo acaba esta historia.
A ella, la mujer que en algún momento fui, que me enseñó y forjó para convertirme en lo que soy el día de hoy: te quiero, te agradezco, te admiro, te abrazo, y te honro.
Inspirado en una publicación hecha por Maynné Cortés, creadora de “Laboratorio Afectivo”.
Ilustración por José M Reyes en Unsplash
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