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Cuando descubrí el tiempo - Marichoni



Todo tiene su tiempo
Eclesiastés


No sé cuándo me di cuenta del paso del tiempo, cuándo descubrí que era un ente, una condicionante, un no sé qué, creo que todavía ni siquiera lo descubro.


Ahora lo defino como un concepto indescriptible que pinta de colores la vida.


Cuando no siento su paso, tal vez, está pintado de rosa o azul, de día o de noche, de estabilidad y simpleza. Pero… ¿qué pasa si el color se torna de grises a negros, de borrascas a tormentas? entonces me doy cuenta del tiempo y quiero que pase veloz, que no se detenga, que, como ráfaga, desaparezca porque no quiero la tempestad sobre mi cabeza.


Distintas visiones de un mismo tiempo. Sin embargo, la cuenta no rebasa 60 segundos de un minuto ya sea que los viva con conciencia de su paso efímero o de su aparente eternidad, o que ni me haya dado cuenta y solo perciba su huella.


Cuando era niña, el tiempo me importaba solamente para contar los días que faltaban para que llegara Navidad o para celebrar mi cumpleaños. Cuando era joven, apresuraba el paso del tiempo para llegar a cumplir fechas: el día de la boda, el final de un embarazo, el término de un curso escolar, el último día de las vacaciones.

Cuando llegué a la madurez, empecé a verlo pasar con más claridad, le di 60 segundos a cada minuto, pero sentí su paso cuando aparecieron las canas, las arrugas que me sorprendieron y, momentáneamente, me dolieron, cuando sentí el dolor en la mano al jugar vóley bol, y pensé, ya mejor no, o al constatar un número de años demasiado elocuente cuando alguien preguntaba por mi edad.


Pero ya hay tranquilidad. Ahora ya no me apresuro por alcanzar una meta, el camino parece trazado… hasta que algún terremoto emocional lo sacude desde dentro y ese camino que se veía aparentemente seguro se convierte en un hecho incierto, una sorpresa, a veces tal vez un poco amarga: ¡Qué pase el tiempo con rapidez porque eso puede lograr al olvido…!


Ahora cobra sentido el tiempo que se define en el Eclesiastés: ¡Hay un tiempo para amar y uno para odiar, hay un tiempo para reír y uno para llorar!

De todos modos el tiempo pasa y se produce el cambio, a veces el olvido, otras, saber que lo que queda es ese hecho visto con menor importancia…


El tiempo no habla, lo que dice no se escucha, pero deja huella en el cuerpo y en el alma, no exige, solo pasa factura, no permite el regreso, pero exige el avance. El tiempo marca pautas, doblega arrogancias, resquebraja seguridades, compromete la vida pero, también devuelve el justo valor a los hechos, renueva la esperanza, calma las inquietudes y vuelve a abrir espacios para la alegría y da oportunidades.


Ahora me toca aprovecharlo porque no espera. “Hay un tiempo para callar y un tiempo para hablar”.


En este momento yo soy la que decide esperar por la vida y recrearme en el tiempo, para seguir construyendo. Mientras volteo hacia la mano izquierda en donde veo ese pequeño aparatito que lo cuenta y constato el paso de 60 segundos de cada minuto que se fueron y no regresan.


Por eso ya no me angustio, prefiero tomar conciencia del paso del tiempo, que digo del tiempo, de mi tiempo.




Ilustración: Fotografía de Kevin Andre en Unsplash

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