Llevo enfermo algunos meses, mucha gente me dice que le eche ganas, que todo pasará. No comprendo que pasará. Yo cada día me siento peor, no puedo dormir por las noches, pero en el día me siento más animoso, porque hay luz, puedo salir a tomar el sol, eso conforta mi maltrecho cuerpo.
De regreso de mi asoleadura, puedo descansar y dormir profundamente. Quisiera tener el ánimo y la fuerza para levantarme de esta maldita cama que me devora. Si me medican me da ansiedad y siento que muero, me palpita el corazón aceleradamente.
Casi ya nadie me tolera, me tranquilizo cuando me han puesto cuidadoras, que me soban, me platican, me dan de comer con paciencia. No soporto las exigencias familiares, si pudiera me levantaría y haría todo lo que tengo en mi mente.
Pero no puedo ni ponerme de pie. Poco a poco he perdido las fuerzas en las piernas, en los brazos y en el alma.
En las noches solo en mi cama, ya nadie duerme conmigo, al apagar las luces, y cierran sus cuartos empieza mi tormento. Tengo que llamar que vengan … tengo miedo… de estar tan solo.
Desmejoré drásticamente, me internan en un frío hospital, me llevan sin pedir mi opinión. Tengo mucho miedo, de no regresar.
Aquí es mejor la comida, me bañan, me toman los signos vitales, todos están sorprendidos, los doctores no encuentren la razón de mi mal.
Hoy mi familia me ha traído un pijama escocés, con cuadros verdes y grises, me la ponen luego luego, es de franela estamos en febrero y aun hace frío, pero la cama es caliente, no me hallo.
Hubo junta de médicos, todos me miran con rostros intrigados, se rascan la cabeza, cuchichean entre ellos, hasta que uno de ellos se anima y me pregunta
– ¿oiga, desde cuando tiene ese tono verdoso? ¿desde cuándo se ha puesto con ese color?
Miro mis palmas, ¡estoy verde! también los brazos. Recuerdo que el pijama es verde, y les digo
– !Desde que me trajeron este pijama!
Ilustración: fotografía de Melanie Rosillo en Unsplash
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