En la oscuridad del amanecer, van las mujeres enfundadas en el rebozo que les cubre la mitad de la cara, caminan como sombras rumbo al molino. Cada una lleva su cubeta y en algunos casos llevan dos, cada una sabe lo que les pesa.
Al pasar una junto a la otra se escucha un murmullo por saludo. Va amaneciendo y en la bruma apenas si se logran ver, pero entre ellas se conocen bien, se saben el nombre de cada una de ellas.
A lo lejos se empiezan a oír los cantos de los gallos, anunciando el amanecer, algunos con su canto ronco, otros con canto agudo, pero todos dan la bienvenida al nuevo día.
Las usuarias se forman para ser atendidas por el molinero, hombre robusto y osco que de mala gana les va tomando sus preciadas cubetas. Inmediatamente es vertido el nixtamal en silos grandes que devoran el contenido, saliendo por unas enormes fauces, la masa en masa.
Hay amarillas, grises y algunas azules a según el maíz que hayan cocido para las tortillas, les gusta que la masa quede martajada, sabrosas para sopear la comida caldosa.
Cada una se ha formado en la cola, al amanecer arrecia el frío, cada una aun así guarda su distancia, todas se conocen y unas más que otras, eso les permite platicar temas triviales dios no mande, que puedan platicar asuntos familiares o pena alaguna.
Esas mujeres son recelosas, no confían en nadie. Todos sus secretos se quedan con ellas, quizás los echen en la cubeta, para que se muelan al igual que el maíz.
Al salir, con paso presuroso se encaminan a sus casas. Donde les espera una gran faena.
El tlecuil casi listo esta, una soplada intensa y profunda hará que arda con ganas. El metate al lado con una bandeja con agua para empezar a tortear. Todo es en silencio, se concentran en cada echada de tortilla, no se vayan a quemar o a requemar. Quizás sepan que ahí van sus penas.
Y les da por suspirar de a quedito, al tiempo va apareciendo una sonrisa, quedando el chiquihuite rebosando de tortillas y el alma libre de penas.
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