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Lo ridículo - Anne Labrousse



Mi primera sensación de ridículo ocurrió en la Catedral de Tours, cuando mi madre cantaba en el coro.

 

Ella; una magnífica cantante, con voz de soprano, cantaba con toda su alma durante esas misas muy teatrales.

 

A mí, me parecía que cantaba más fuerte que los demás. Y le decía “chuutt, baja la voz, por favor. No cantes tan fuerte.”

 

No le importaba, obviamente.

 

Pero yo, sentía que todos los ojos se volteaban hacía nosotras y rezaba para que nos tragara la tierra.

 

Quería desaparecer de esa iglesia para siempre.

 

El vestido de segunda comunión; ¡que vergüenza!

 

 Tal vez mi mayor ridículo en la vida.

 

Parecía una sábana que mi madre hubiera recortado burdamente para hacerme un vestido y el velo sobre mi pelo corto, era tal vez, lo peor.

 

Parecía una monja descalza.

 

Cuando tomé clases de canto, varias décadas después, exigí estar sola, que nadie, nunca compartiría esas clases.

 

Claro, era mi derecho.

 

Y, un día que mi maestro invitó otro alumno, me morí de vergüenza y me salí disparada.

 

También me pasó en mis estudios de periodismo.

La primera vez que tuve que hablar en la televisión, frente a una cámara, casi me desmayé y tuve que irme a toda prisa.

 

No me arrepiento. Porque en realidad, todas esas situaciones me hicieron sentir muy mal.

 

Eran una verdadera tortura.



Ilustración: Fotografía de Caleb Woods en Unsplash

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