Hoy mientras me lavaba las manos, las observé y recordé.
Eran unas manos blancas, pequeñas, de una niña, subida en un banco de madera para alcanzar la tarja, donde se encontraban dos cazuelas con agua, una para enjabonar los trastes y otra para enjuagarlos.
Manos de niña que al salir de la escuela ayudaba a barrer con una escoba de popotillo que con la mano se abría como abanico.
Tardes felices cuando el abuelo traía hojas blancas y lápices de colores. Las manos de la niña dibujaban caritas de niñas con grandes moños como los que les ponían a sus pequeñas hermanas.
Pasaron corriendo los días, cambio de familia, y las manos pequeñas crecieron un poco. Ahora jugaban con la pelota, ahora jugaba con las teclas del piano e iba aprendiendo jugando con sus dedos. Ahora aprendía a bordar, a tejer a pintar.
Los años pasaron, ahora manejaban matraces, reactivos, microscopios. Probablemente alguna vez sus manos se hayan quemado con algún ácido.
Llegó el tiempo de madurar y llegaron muchos niños. Las manos trabajaban intensamente arrullaban, lavaban pañales, bañaban, preparaban comida, lavaban ropa, pero también jugaban, naranja dulce limón partido… y los pequeños tomados de la mano de su madre cantaban.
Llegó el tiempo de descansar y al contemplar mis manos ahora arrugadas manchadas y felices.
Ahora pintan, escriben cuentos, tejen bufandas y gorros de colores para los nietos
Ahora tienen tiempo para dejar volar la imaginación y pensar que sus manos pueden ser muchas cosas: palomas, estrellas, nubes caprichosas…
Ilustración: Fotografía de Lina Tachez en Unsplash
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