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Petén - Anne Labrousse

Writer's picture: Anne LabrousseAnne Labrousse


El gobernador del Estado de Petén, Guatemala, me invitó a su casa. No sé como fue, como nos conocimos. Tal vez, me vio en el aeropuerto minúsculo de aquel lugar o en el bar donde me reunía con unos amigos muy simpáticos y cercanos.

 

Él insistió mucho. Me invitó a cenar en su mansión.

 

Fui. Pensando en como cuidarme si fuera necesario.

 

Al poco tiempo, me di cuenta de que no era un hombre confiable y empecé a reflexionar sobre como salir de allí.

 

El me dijo que me parecía a su novia, mucho.  Ella había muerto. Y que yo le gustaba mucho.

 

Me propuso instalarme en su casa para que no tuviera que pagar un hotel.

 

Decliné varias veces la invitación y él insistía.

No sabía bien como salir.

 

Pero se me ocurrió decir que quería tomar el fresco en la terraza, en una hamaca. El asintió, muy seguro de si mismo.

 

Mientras fue por unas bebidas, me salí corriendo del jardín y seguí corriendo en la calle hacía mi hotel.

 

Allá, me esperaban unos hombres con machetes. No sé bien que dije, como los amenacé.

 

Hice un escándalo, y, por fin, pude dormir en mi cuarto.

 

Estaba muy ofendido el gobernador.

 

Dos días después, mientras tomaba una copa con mis amigos en el único bar de Flores, el mesero se me acercó y me dijo “la esperan a fuera”.

 

Lo único que pensé es que era Richie, mi novio con quien me había peleado tres días antes.

Lo había dejado plantado en el mercado y no lo había vuelto a ver desde entonces.

 

Me subí a la camioneta que esperaba a fuera. Ahí, no estaba Richie y entendí lo que estaba pasando. La camioneta iba a toda velocidad.

 

Esperé a ver una curva. Y en la primera curva grande, estaba yo atrás, abrí la puerta corrediza y salté a la carretera.

 

Me regresé al bar y les conté todo a mis amigos. A partir de este momento, me cuidaron y decidieron que tenía que regresar a California bajo su custodia, al día siguiente.

 

El gobernador, un asesino en potencia, mando su gente en Jeep, el mismo día mientras caminaba en la carretera polvorosa con mis amigos.

 

Escuché a tiempo el ruido del Jeep y brinqué del lado derecho rapidísimo, justo a tiempo para no ser atropellada. Sentí el calor del coche.

 

Al día siguiente, por la mañana, estaba en el aeropuerto con una mochila y mis amigos.

 

En cada esquina de este pequeño lugar, había soldados que me vigilaban. Todos me miraban.

 

Llegó mi avión. Mis amigos me acompañaron hasta donde pudieron y me salí, por fin, de este país.

 

Me regresaba a California, donde me esperaban varias amigas en el aeropuerto de San Francisco.



Ilustración: Fotografía de Anne Stampifli en Unsplash

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