Yo podría empezar a contar lo que me gustaría decir empezando por mi nacimiento, por ese momento que me lanza al mundo mi madre fuera de ella, a corta distancia porque nunca se alejó suficiente, gracias, gracias por ello.
O tal vez podría empezar cuando mi primer niño nació, cuando vi su rostro y en él reconocí cumplidos los anhelos que tuve al jugar a las muñecas, cuando tenía sólo diez años, y cuando lo identifiqué con su unicidad, aunque hubieran estado allí todos los recién nacidos de su tiempo.
O tal vez debiera empezar cuando vi el rostro de mi madre después de que yo di a luz, sí, a luz, porque se acababa esa oscuridad interior para mí, no para mi niño, que allí se movía, crecía y se perfilaba con la maravilla que ahora puedo ver en él.
O tal vez debiera empezar por contar hasta cinco, porque fueron cinco momentos que me llevaron a conocer la eternidad, cinco momentos de dar a luz, que cambiaron mi rumbo y dejé de mirarme al espejo, porque ya no era mi imagen sino la de ellos la que veía reflejada; estaban ya fuera de mí, pero nunca he dejado de sentirlos.
O, tal vez podría empezar por ver a mi madre y a mi padre, en un acto de amor, como mi principio y origen, para después vivir lo que vino, lo que viene y lo que vendrá. Y contarlo todo junto, empezando por atrás, yendo de aquí para allá, sin un rumbo preciso, sin un camino marcado…
O, tal vez así no sé si podría empezar…
Ilustración: Fotografía del archivo de la autora.
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