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¿Ser Mamá de muchos? - Marichoni

Maestra en el hogar

Madre en el salón de clases




 

    Ser mamá era mi anhelo desde tiempo inmemorial, lo alcancé y tuve cinco maravillosos hijos; tres hombres primero y dos niñas, después, Mejor Imposible.


 Ese tiempo pasó. Pero desde antes de que ellos fueran una realidad, mi ocupación cotidiana me llevó a ser maestra, algo parecido a ser mamá, salvando, a Dios gracias, las diferencias.


    Me veía siendo mamá de muchos sin haberles dado a luz a ninguno. ¿Será posible? Parece que ambas funciones tienen cierta cercanía con el hecho de ser mujer, ser mamá ¿de quién? De quien se deja guiar.


    Esta condición, aunque parezca que tiende a desaparecer, lo cual no me queda muy claro, se presagia cuando se juega a las muñecas, cuando se cuida a los hermanos pequeños, cuando se le ayuda a los abuelos.


    Parece que la maternidad va más allá de la concepción biológica, del dar a luz o de la transmisión de los propios genes.


    Madre y maestra tienen una etimología común y una actitud coincidente en algunos aspectos, nuevamente salvando las diferencias.



    Ambas funciones se asemejan el lo que significa ayudar a trascender las propias capacidades, cuestionar la argumentación de las decisiones, propiciar aclarar las motivaciones, ayudar a reconocer la oportunidad de cambio de rumbo y de expectativas, favorecer elegir como ejercicio de la verdadera libertad, procurar, al manifestarles nuestro punto de vista, el que se logre tomar la mejor decisión en cada ocasión, ofrecer y solicitar el respaldo de argumentos ante lo que se va eligiendo.


    Eso lo hace la madre y la maestra porque la función primordial de ambas funciones es educar: sacar de dentro, desarrollar potencialidades, favorecer la toma de conciencia, clarificar intereses y apegos, adquirir la cultura del esfuerzo y el trabajo, aprender a enfrentar y resolver el conflicto, saber dialogar exponiendo la propia visión y escuchando alternativas.


    Esta función se ejerce lo mismo como madre que como maestra, con lentitud, con paciencia, sin planes previos, con observación y cuidado, con presencia sin invasión, con ofrecimiento sin imposición, dando la oportunidad de caer, de reconocer y de modificar el error.


    Mi función como mamá la inicié un día X de 1966 y la voy a terminar al cerrar los ojos para el sueño eterno. La de maestra la he ejercido por sesenta años, cambiando la perspectiva y la pedagogía como resultado de la evolución de la sociedad y, por lo tanto la crianza de los niños que recibo como alumnos, obligándome a hacer adaptaciones en diversos ámbitos: en el trato directo, en el ejercicio de la autoridad, que no es otra cosa que reconocerme autorizada, en los estímulos que despiertan la motivación, en el trato con sus padres, en los contenidos a abordar, en el énfasis de lo que va descubriéndose como importante, en el uso de las palabras convenientes, en el descubrimiento de sus fuentes de interés para hacer la intersección con los míos para ofrecérselos.


    En sesenta años he podido constatar, a partir de ejercer el magisterio, los cambios y tendencias de la sociedad que me ha tocado vivir, reconociendo que soy persona de un tiempo y un espacio determinado.


    Sí, creo que ser madre o maestra conjuntan una serie de requerimientos parecidos, un compromiso atemporal y un medio para lograr alcanzar la verdadera humanidad de nuestra especie.


    A sesenta años de ser madre y maestra.

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