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¡Aquel vecindario de antaño! - Marichoni



¿Qué me ofrecía? La cercanía a esa gran avenida que cruza la ciudad de norte a sur y que se llama Insurgentes, como homenaje a quien luchó por darme un territorio libre para disfrutarlo.


Cruzada. de forma transversal, por el Río de la Piedad que, en época de lluvias crecía de tal manera que desbordaba sus límites, convirtiendo a nuestra calle en un afluente. ¡Quién nos iba a decir que después lo encerrarían entre tubos que nos impedirían verlo y disfrutarlo!


La cercanía con esa tienda que salió de las márgenes del primer cuadro del Centro Histórico, expandiendo el comercio hacia los cuatro puntos cardinales, en este caso hacia el sur: el Sears de Insurgentes, al que, por Navidad, mi abuelo nos llevaba a ver a aquel Santa Clos enorme que se movía y reía a carcajadas, me contagiaba y despertaba la fantasía de esa fiesta tan esperada.


En ese tiempo todo era nuevo, en cierta forma, reciente. ¡Quién iba a imaginar que esa zona, tan propicia a los sismos, quedaría, tal como sucedió con el Centro Histórico, atrás de esa expansión de la ciudad que sucedía sin ningún impedimento!


El cine Gloria de la calle de Campeche, en el que por $4.00 podíamos ver tres películas, esas que, aunque de manera diferente, seguían el relato de los cuentos: Y se casaron y fueron felices…


Recorriendo caminos hacia el sur, me emocionó ver nacer, entre piedra y piedra volcánica, la Universidad Nacional Autónoma de México, uno de los grandes orgullos del país, en el que por fin, en un solo lugar, confluían todas las áreas del saber y de las artes, y sería la causante de acoger a los grandes personajes que, primero como alumnos y después como maestros o investigadores, pusieron en alto el nombre de ésta la actual Ciudad de México, antes Nueva España y mucho antes, Gran Tenochtitlan.

El ver el crecimiento de mi colonia, me dio la posibilidad de migrar hacia las Águilas en donde viviendas y casonas, se levantaban sobre los cerros, sin imaginar que en ese lugar estaría mi hogar por treinta y cuatro años y donde vivirían mis niños su infancia y juventud, y a la que dejarían para poblar el mundo, diciendo adiós a una tierra que por grande, les abrió el horizonte y los llevó a traspasar fronteras que, en un tiempo, guardó sus primeros sueños.

Pero nunca me alejé demasiado de mi Colonia del Valle y su colindancia con la Colonia Roma Sur, en una vivían mis padres y en la otra mis abuelos. Solamente con cruzar la calle cambiaba el nombre de la Colonia y de la Delegación.


Cuando mi casa de las Águilas quedó desierta, sin la presencia de los seres amados que la habían habitado, dándole sentido, volví a mi Colonia del Valle y su colindancia con la Colonia Roma Sur, ya sin padres ni abuelos, pero buscando encontrar los recuerdos que se agolpaban y que me invitaban a volverla a habitar y a nuevamente hacerla mía.


Así recorrí el parque que queda frente al Instituto Fray Juan de Zumárraga, sede de mi primer trabajo como maestra. La calle de Bajío en la que vi perderse mi escuela, el Refugio G. de León, para ocupar ese espacio otro edificio de menos importancia para mi corazón.


Lo que sí permanece es ese primer supermercado, SUMESA por sus siglas, y mi mercado de la Colonia del Valle, con Don Tito, el vendedor que le ofrecía el queso y el bacalao a mi mamá.


Sí, volver a ese vecindario de antaño, fue una necesidad de recobrar mi sentido de pertenencia, pero sin abandonar a mis Águilas queridas porque guardan a las amigas entrañables que me han ayudado a sentirme acompañada y a seguir viviendo con alegría y entusiasmo la vida.




Ilustración: Fotografía de Cande Wash en Unsplash

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