Este virus nos ha quitado tanto y a tantos. Pero te ha devuelto a mí. Hacía años que estábamos distantes. Tu presencia silenciosa, yo apenas mirándote de reojo. Sabiéndote entregado a otras manos, mientras las mías ocupadas tecleaban sin parar.
Entonces vino el aislamiento y con él, la ausencia de la otra, la puerta se cerró obligando a la intimidad entre tú y yo. Primero me acerqué con torpeza, no sabía cómo me recibirías, si reprocharías mi prolongada lejanía, trataba de recordar cómo hacerte vibrar, los botones que debía presionar, me preocupaba hacerlo correctamente, lograr provocar la delicadeza necesaria, o al contrario el vigor requerido para librarme de esa esencia que parece perenne, cuya presencia me atormenta y sólo tú tienes la capacidad de retirar. Pero fuiste gentil, generoso, paciente, en unas semanas logramos de nuevo la sincronía, pudimos ejecutar con precisión esa danza exclusivamente nuestra.
Así, cada sábado despierto con la expectativa del encuentro, me preparo, me acerco, una a una te entrego mis prendas más íntimas, para que después de veinte minutos de agitación y temblores, me las devuelvas húmedas y limpias, olorosas a jabón. Finalmente, las llevo a secar al sol junto con la expectativa de mi próximo encuentro contigo ¡Hasta la próxima, centro de lavado!
Ilustración: Fotografía de Michael Fenton en Unsplash
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