Levantarse antes del amanecer, salir de la cama en la oscuridad.
No saltar por la ventana.
Bañarse, vestir el uniforme, aunque pique. Tomar las vitaminas.
No saltar por la ventana
Caminar hasta la estación, comprar el boleto, bajar decenas de escalones
No empujar a nadie contra la pared
Ser parte de la multitud, perder la individualidad, respirar aire respirado
No empujar a nadie hacia las vías
Salir a empujones, subir decenas de escalones, caminar entre moles de concreto.
No gritar hasta quedar afónica
Entrar al elevador, subirte a los tacones, tomar ese brebaje aguado que llaman café.
No gritar hasta quedar afónica
Saludar cortésmente al opresor, al acosador, al lamebotas. Comentar el clima.
No gritar hasta quedar afónica
Reconocer a mis pares, las madres solteras, las mujeres que estiran la quincena, las que ganan menos
No gritar hasta quedar afónica
(pero no guardar silencio)
Integrar el reporte, procesar cifras, datos, estadísticas, proyecciones.
No estrellar la computadora contra la pared
Vestir el rostro sereno en la junta, levantar la mano, ser ignorada.
No estrellar la computadora contra la cabeza del misógino
Sacar cientos de copias, llenar formularios, buscar sellos y firmas.
No estrellar la computadora contra el piso
Por fin, la tregua: la hora de la comida. Sin embargo, la guerra no ha terminado.
Ilustración: Fotografía de Svklimkin en Unsplash
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