Al encuentro, tu abrazo: escondite para mis llagas,
inalcanzables, así, a los ojos del fariseo;
en tu habitación,
bebo un plato de sopa caliente y una infusión dulce;
Cubiertas por las sábanas de tu lecho,
fortaleza y campo de adiestramiento,
mis piernas se alistan para la carrera hacia el sol
Lumínica y absoluta,
enlazo mis manos con las tuyas en celebración de tu obra;
la lluvia, compás para la danza dionisíaca en que me fundo en ti.
Somos uno.
Un día, la sombra en el refugio de mi sanación,
sábanas desgarradas taladran mi piel como flechas envenenadas,
sangre nueva en mis heridas.
Mientras contemplas distraído tu imagen en el espejo,
el canto de las sirenas y la magia de las estrellas fugaces;
abandono tu refugio, y mis llagas, exhibidas a los fariseos,
corren conmigo por un laberinto de risas estridentes.
Desnuda y enajenada de mí, de ti, de nosotros y del sol,
me hundí en noches largas y arenas movedizas;
el cieno humedece mis llagas y carcome mis huesos.
Sin visión y sin órbitas, me desconozco
y tú ya no estás ahí para inventarme de nuevo;
entonces, empiezo a extrañarte…
a percibirte como un extraño,
a reconocerte entre el coro de fariseos.
Emerjo de las aguas pantanosas y recupero los espejos que me reflejan;
construyo una habitación propia donde curar suavemente mis heridas
y alisto mis piernas para una nueva carrera.
Ilustración: Brunna Mancuso
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