Soy yo y vengo y voy con todo mi ser, con mis gustos y disgustos, con mis luces y sombras, no me transformo en alguien diferente, aunque sé que tengo distintas facetas, aceptada por algunos o, tal vez rechazada por otros, como es natural en cualquier persona.
Soy parte de la diversidad de los seres vivos, pero soy única y nadie me puede suplantar, aún, cuando desaparezca, nadie llegará a sustituirme.
Y vuelvo a afirmar lo que vale para todos los que compartimos una misma naturaleza: Somos únicos e irrepetibles.
Esta conciencia nos lleva a reconocer la esencia de cada uno y sus diferencias. Eso nos lleva a solicitar la misma aceptación para nuestra esencia y nuestras diferencias.
Vale tanto para el que dice: Entre más conozco a las personas, más amo a mi perro, que para mí que a quien amo es a los seres humanos. Por ello me resulta muy significativo traer a colación las palabras de nuestro Tlatoani Poeta de Texcoco, Netzahualcóyotl:
“Amo el canto del cenzontle,
pájaro de cuatrocientas voces,
Amo el color del jade y
el enervante perfume de las flores,
Pero amo más a mi hermano el Hombre."
Sí, mi amor se dedica mucho más al Ser Humano y el compromiso de amarlo lo cual me plantea la condición de aceptar, valorar, promover, creer y aún despedir al ser amado.
Amo a personas y ellas me pueden cuestionar y me requieren esfuerzo, tiempo y atención.
Nuevamente, esto lo hago desde la esencia de mi ser, no de lo que aparento, sino de lo que soy en realidad, porque reconozco que soy única e irrepetible, al igual que lo es ese ser humano a quien dedico mi amor.
Ilustración: Fotografía de Robin Teng en Unsplash
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