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De cómo se puede uno reponer del ridículo - Marichoni



Estábamos en la escuela, yo tenía diecisiete años para que no me importara el qué dirán. Aparentemente esa mañana no había ninguna novedad, entrábamos y salíamos de las diversas clases hasta que…


_ Todas de pie porque llegó la Directora, se oyó una voz que decía. Automáticamente y a la usanza de la escuela, ante alguna visita y más si esta era una autoridad, las alumnas tenían que levantarse de su lugar en señal de sumisión.


_ Vendrá a visitarnos” la Madre General”, nos dijo la Directora. Le organizaremos un festival así que ¿quién podría cantar? Mi amiga María Eugenia, muy decidida, levantó la mano. Yo la voltee a ver con extrañeza, de cuando acá canta, ¿será una nueva habilidad desconocida por el grupo?


Pronto salí de mi duda. _ Ascensión, (yo) lo puede hacer Madre.


El corazón me dio un vuelco _ ¿cantar yo? ¡estás loca?... Sin embargo, el mensaje estaba dado.


La madre me abordó decidida, yo traté de evadir la situación, casi salgo corriendo: _ No Madre, yo no puedo hacer eso, mi hermana Mari Carmen y… _Ah, tu hermana va, pues que cante también.


No podía creer lo que estaba oyendo, la Directora ni me permitió replicar.

_¿Cómo llego a mi casa con semejante embajada? ¡Cómo le digo a mi hermana que tenemos que cantar en público? De seguro me asesina, ¿Y si nos sale un gallo? Se reirán de nosotras, qué vergüenza.


Pasé el resto del día dando brincos en la silla como si estuviera entre espinas. ¿Qué te pasa? Preguntaban las amigas. La Directora dice que tengo que cantar frente a ustedes y lo peor es que mi hermana también, ella no lo sabe y de seguro me va a matar.


Se carcajearon divertidas mientras yo estaba al borde del ridículo.


Pensé: tal vez me enferme, me dé un vértigo o tenga catarro. En los días subsecuentes tuve una salud a prueba de bomba, y como se acercaba la fecha, tuve que confesarle a mi hermana: _María, tenemos que cantar en la fiesta del colegio. Se volteó a mirarme incrédula, pensando que bromeaba o empezaba a fallarme la razón.


_ Ni creas que me voy a ver expuesta al ridículo, como los pasa a los del programa de los Aficionados cuando les tocan la campana y todo el público se ríe de ellos. _ Te juro que es verdad. La Directora lo ordenó y no permitió que me negara.


Su expresión de susto me llenó de pánico, me parecía que nuestro posible trauma emocional iba a requerir de un psiquiatra. Fue tal su impresión que tuve que encontrar argumentos para convencerla de lo poco probable que sería Muerte en la Escuela por Ridículo.


Empecé a creer que era posible hacerlo y tal vez sin caer de plano en el ridículo.

_ Podemos pensar en una canción que casi nadie conozca y así elegimos “Nobleza Baturra” una copla que, por desconocida, permitiera que no se notara tanto en caso de que desentonáramos.


Ensayamos en el cuarto de lavado, pues también en la casa nos daba vergüenza que nos escucharan, mis papás ni siquiera sospechaban en lo que estábamos metidas.


Se llegó el gran día y… yo no estoy para contarlo y quizá ustedes no estén para saberlo, pero a fin de cuentas, cantamos y ¿qué creen? ¡Nos aplaudieron!


Esa noche descansamos soñando que podíamos, que en el querer está el poder de aquello que imaginamos que podemos lograr.


Nunca volví a cantar en público, nunca me volví a arriesgar, me conformé con hacerlo en la regadera o en reuniones, ocultando mi voz en el conjunto. La música la traigo por dentro, me acompaña en innumerables momentos Y, de vez en cuando. De vez en cuando escucho “Nobleza Baturra” y me trae a la memoria lo que ese día.


Superé el ridículo, pero aprendí a salir de los atolladeros que la vida me ha ido presentando. Por ello ahora sostengo que querer es podé y eso nunca será ridículo.


Ilustración: Fotografía de Miguel Bautista en Unsplash

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