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El babero de mi Amá - Carmina Hernández Encarnación

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Habré tenido unos siente años, cuando vi a mi mamita doblando unos “baberos”, que había mercado en la calle de la soledad, en la merced.  Eran de cuadritos combinados; rojos, amarillos, verdes. De cuerpo entero, por que los que no llevan faldón se llaman delantales. Estos rodeaban al cuerpo, con cintas para ajustarlos perfectamente.

 

Estos baberos eran más que eso, eran mantos sagrados que portaban las mujeres del pueblo, mis recuerdos se van donde mi abuela, ella misma se los confeccionaba, con su máquina Singer de pedal, además cosía para el abuelo, mis tíos, mi mamita. Esos baberos envolventes, sin faltar las profundas bolsas una de cada lado del faldón.

 

Con la faldilla, podían agarrar las cosas calientes, usarlas como tilmas al cosechar de la milpa; habas, frijoles, nopales, chiles y elotes. En las bolsas traían su pañuelo, para sonar al chiquillo que se acercara, traían hojas para te de remedio que sanaban al instante, lo que se imaginen lo traiban en los bolsones.

 

Todo lo que pepenaban iban directo a esas bolsas, hasta dulces se jallaban. Era el manto que portaban con gran orgullo, lo usaban para secarse las manos apresuradamente, además era símbolo de protección, donde los chiquillos se acurrucaban en sus faldas para no recibir algún pescozón.

 

Mi mami hacia un Quimil con sus baberos, y se iba muy contenta al pueblo intentando vender y recuperar lo invertido con algo de ganancia, ¡Qué va!, Si vendía, pero le pagaban con una gallina, o huevos, en veces le daban hortaliza habas, alverjones o un conejo, total

que tenía que dejar los animalitos en casa de los abuelos, porque acá en la ciudad, pus nomás no.

 

Pero la platicadera, la enseñadera y la compradera, quien se lo quitaba.  Regresaba feliz, toda asoleada, con harta sed, pero contenta la canija, no importaba no haber recuperado lo invertido y cuantímenos ganado en su vendimia.  Gozaba viendo su hermosa mercancía doblada perfectamente.

 

Ese babero era símbolo de la maternidad y de la señora de la casa, ese manto las revestía de tolerancia, sacrificio, abnegación y compromiso. Pa’ ser sincera con astedes, he de decirles que no sé, si estaba bien o estaba mal, lo que sé, es que para mijefecita representó eso, que la hacia sentirse que había cumplido el rol, que sus ancestros le enseñaron.

 

Con las nuevas filosofías traídas de otras tierras, más avanzadas y fufurufas, eso fue quedando en desuso, ahora se anda como se puede. ¡Uno ya no limpia mocos, ni seca lágrimas! ¡todo ha cambiado! ¿pa’ bien? No lo sé. ¿Pa’ mal? pueque, no lo sé tampoco. Ahí andarán mocosos y chillones por la vida las generaciones que sigan.


Ilustración: Del archivo fotográfico de la autora.

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