Para mi cumpleaños, hace seis años, Alejandro me reservó una sorpresa.
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IrÃamos a Xilitla.
No sabÃa nada de este lugar.
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Llegamos de noche y fue un poco difÃcil encontrar el lugar y, luego, el portón de entrada.
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La poca gente que habÃa en la calle no sabÃa indicarnos bien la ubicación exacta.
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Finalmente dimos con el lugar y luego con el portón.
Creo que para entonces, era la media noche.
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Los encargados nos habÃan guardado la habitación del mismo Edward James.
Lo cual no me gustó mucho.
En realidad, no era su habitación, sino su baño.
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Y a dentro de este baño grande, habÃan instalado un baño chico y sin techo.
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De entrada, fue surrealista. Me juré que no pasarÃa dos noches en este cuarto.
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Al dÃa siguiente, conseguà rápidamente un bellÃsimo y amplio cuarto. Costaba igual que el baño de Henry James.
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Fuimos a la selva y allÃ, si, mi asombro fue absoluto.
Una belleza inmensa en plena selva.
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Escaleras, puentes, cuevas, laberintos, cascadas, cabezas.
Todo de piedra. Todo monumental. Todo regalado a la selva intacta.
Claro, dentro están trabajadores cuidando el lugar, su seguridad. Pero no se notan.
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La selva, repito, es intacta, y cualquiera se podrÃa perder en este rincón lejos del mundo, alejado de toda vida mundana, alejado de la gente misma.
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Alejado de absolutamente todo.
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Las cascadas vuelven el lugar mágico, como un sueño con los ojos despiertos.
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Levanté mi vestido y entré al agua con mi cámara colgando de mi cuello.
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Una felicidad inmensa me invadió. Bajo mis pies, podÃa sentir las piedras que Edward James habÃa puesto aquÃ.
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Ya no querÃa salir. QuerÃa dormir allÃ. Pero no es un lugar para dormir.
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Para eso, está la casa de Edward James.