Gestar una vida es un milagro poderoso, la magia de ser parte de un engranaje orgánico en el que muy poco se tiene que ver, se decide apenas el abrirse a la oportunidad, otras tantas, sólo sucede. Después de que inicia la vida, nada tienes que ver en cómo se aferra en tu interior, como se manifiesta cada gen, como se multiplica cada célula.
En tu útero germina la vida, pero no la vida cósmica, etérea, inmaterial, sino concreta con ojos, dedos, corazón y páncreas.
En tu vientre no crece la humanidad, sino Héctor con sus ojitos de pellizco, sus grandes manos, imaginación desbordante y poderosa voz.
Dentro de ti no habita cualquier ser celestial, sino Daniel con su enorme corazón, lealtad sin límites e intolerancia al estatismo.
Eres un vehículo de la eternidad a costa de tu cintura, hinchazón en los tobillos, estrías, cansancio, sueño alterado.
Sin embargo, no es Héctor, no es Daniel, es el Universo mismo. La energía vital materializada, encarnada, magia y fuerza divina canalizadas a través tuyo.
Milagro tan inconmensurable como cotidiano. Replicado en cada parto y cada mujer. Único e irrepetible, como característico es cada grano de arena, como singular es cada gota de agua, como peculiar cada copo de nieve, como especial es cada flor, como extraordinario cada ser humano.
Ilustración: Fotografía de J. Balla en Unsplash
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