He deseado vestir de diseñador, un vestido hermoso, largo hecho con esas telas excesivas que caen como si la gravedad que nos mantiene a todos sobre el planeta, a ese retazo lo atrajera por duplicado.
He querido calzar zapatos de suela roja hechos a la medida de cada uno de mis pies y cada uno de mis dedos, con un tacón preciso para hacerme caminar con garbo.
He anhelado portar un aderezo de Cartier hecho en oro y piedras preciosas que adorne los lóbulos de mis orejas y los bordes de mis clavículas con brillo sin igual.
He imaginado mi cabello transformado en un peinado imposible y mi rostro maquillado con precisión.
Sin embargo, sé que esas extravagancias tienen un costo que no estoy dispuesta a pagar: paparazzi, bulimia, restricciones sobre el destino de mis pasos y las palabras que saldrán de mi boca.
Entonces me conformo con esta ropa de producción masiva, los zapatos que siempre me quedan un poquito grandes o ligeramente estrechos, adornar mis orejas con los aretes que me regaló mi hijo y el collar que me dio mi amiga.
Conservo la posibilidad de decidir a dónde voy, aunque no sea esa alfombra roja que a veces sueño.
Ilustración: Fotografía de MohhamadO Shokofe en Unsplash