Era el año de 1913, cinco años tenía el niño Alfonso, llamado así en honor a Alfonso XII de España, con el cual no tenían ni la más mínima relación ni por nacionalidad ni por realeza, pero, creo que mis abuelos tenían cierto anhelo monárquico, montado en un caballito de madera, gritaba la misma palabra, pero en masculino “Madero, Viva Madero” zas, se rompió la boca al caer de su montadura.
Quien iba a imaginar que al paso del tiempo se convertiría en un personaje menos liberal que aquel Madero a quien nombraba de niño, y aclaro, tampoco conservador, estaba harto de los políticos que ofrecían y no cumplían.
Fue a la Escuela Superior, entró a estudiar Contabilidad. Si de niño hubiera sabido contar, hubiera detenido el caballo antes del número 13, el número de ese año en el que se cayó y, tal vez no hubiera habido porrazo.
Pero nadie sabe lo que va a pasar… por ello cuando se piensa en el futuro resulta fantástico decir: “si estudias, llegarás a ser alguien en la vida”, - en realidad ya soy alguien aún antes de estudiar o a pesar de no estudiar. Si eres honrado, te sentirás satisfecho, quién sabe, muchos que no son honrados se ven bastante encantados. En ello tal vez me reservo ese sentido de respeto que cualquiera merece, aunque dude que alguno lo merece.
Pero volviendo a Alfonso, muerto Madero ese mismo año, el niño lo echó al olvido, y ya crecido, se volvió crítico de él, de sus caudillos y de los del otro lado también, de todos por parejo.
Cuando ese niño creció y tuvo una familia: un montón de chiquillas a las que llamaba en forma de broma, sus reintegros, hasta que vino el premio mayor de la lotería, su varón
.
Al paso del tiempo, todos, reintegros y premio mayor, lo acogieron bajo su manto porque volvió a ser frágil como cuando gritaba “Viva Madero” y fue así como se pudo ir despidiendo de los de un lado y otro, reconciliado con todos. Ese fue mi padre, Alfonso, el que se cayó de su caballito de madera a los cinco años…
Ilustración: Fotografía de Henk Van Der Steege en Unsplash