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Carta a mi Ciudad - Marichoni


Mi Ciudad es chinampa
en un lago escondido…
(Canción popular)


Hoy, cuando salí de casa no había aparecido el sol, empecé a circular por una ciudad que hubiera imaginado todavía dormida, pero no, otros madrugadores despistados como yo, que no esperan que salga el sol para dejar el hogar, ya invadían los espacios por los cuatro puntos cardinales, de nuestra gran metrópoli que difícilmente descansa y no deja dormir.


Las Aves Nocturnas hasta bien entrada la madrugada desfilan por ella, algunas sin rumbo y otras tratando de llegar a su nido, que a veces les aparece perdido por haberse tardado tanto en regresar. Y los Pájaros Madrugadores, como yo, que también, fuera del horario que marca la lógica del reanudador de actividades, circulan con rumbo un poco más definido, pues a esa hora casi todos se encuentran en su sano juicio.


Pasado un rato, empieza a asomarse el sol, tiñendo el cielo de rojos intensos para ir minuto a minuto, bajando a los rosas, que, si no se captan, en pocos instantes se convierte en amarillos y, si la Secretaría del Viento ha hecho su trabajo, al rato aparecerán los tonos del azul intenso para dejarnos comprobar que aquí, precisamente estamos en la Región Más Transparente” según palabras de Carlos Fuentes.


Así día tras día, hasta que saliendo de la rutina y cambiando el rumbo, descubro que no sólo el cielo de mi ciudad me habla, que hay más voces en cada rincón que me dicen que entre sus habitantes, se escucha el amor y el desamor, la diversión y la tristeza, los tiempos de antaño o la visión del futuro.


Y es a mí a quien le toca escuchar las historias y leyendas que surgen del tiempo y en el tiempo, desde que se veía rodeada de agua por los cuatro costados, hasta convertirse en la urbe cosmopolita que encierra entre sus paredes las distintas etapas de su construcción: de La Gran Tenochtitlan a la Nueva España para hacer surgir al México Independiente que grita ya su libertad, pues el tiempo de conquista y maridaje ha quedado atrás, con ello logra su madurez y cambia la fisonomía, la historia y posibilidades de sus habitantes con los sonidos que la caracterizan: entre ellos, el silbato del afilador que invita a tener las tijeras a filo para cortar lo que nos daña y hace infelices, el tamalero que va ofreciendo ese producto para renovar el sentido de pertenencia que nos hace ser personajes de la cultura del maíz, el estruendoso canto del camotero para que nos recuerde que el trabajo de la tierra puede ser un dulce saborear cuando éste llega a nuestra mesa, el triciclo con su artesanal cestería, nos ofrece a la puerta, la gran panadería aprendida que dice que el que come pan no necesita otro plan, el camión que se lleva, a cambio de unos centavos, el fierro viejo y el colchón que ha caído en desuso, la campana de los templos invitando a la oración para recordarnos que mucho más allá de sus cuatro puntos cardinales y de su gran cielo, a veces estrellado, hay una morada que puede acoger a todos, sin ninguna exclusión.


Pero en esta búsqueda de identidad, a veces, la ciudad me agobia con sus revueltas, con sus avalanchas de coches, con su número excesivo de habitantes, que, por irlos sumando, la convierten en un caos.


Sí, a este México lindo y querido que tanta belleza tiene entre su historia y su cultura, que me cuenta tantas historias, quiero, ahora yo, hablarle al oído para que, además de lo que me ofrece, escuche lo que me aqueja:


Ay pequeña gran ciudad mía, ahora serás tú quien guarde silencio y revise la serie de peticiones que tengo que hacerte:


Lo primero que te pido es que invites a unos 8 milloncitos de habitantes a desplazarse a poblaciones menos contaminadas y saturadas, eso me haría muy feliz. Me gustaría no tener que vivir una marcha más, pues las solicitudes que se le hacen a las autoridades que no se escuchan más que a ellas mismas, no las van a atender, mejor pongan altavoces con sus peticiones y que las oigan quienes así lo deseen. Un transporte público por favor, limpio, cuidado y con poquitos pasajeros, y en puntos neurálgicos que haya personal que coordine los cruces y vueltas de los coches para agilizar el trayecto. Una escuela para motociclistas es indispensable, para que los entrenen a asumir las reglas de tránsito y no hagan zigzagueo, despreciando la vida de los pobres automovilistas que no tienen alternativas para llegar o salir en busca de un mejor vivir que subirse a su automóvil para moverse. Sé que han puesto las bicicletas para que las usemos, según nuestra necesidad, pero resulta que muchos pertenecemos a esa llamada tercera edad, que no podrían subirse a esos medios de transporte pues con trabajos se mueven con un bastón.


Sí, mi ciudad relata y escucha historias de sus habitantes, no todas son interesantes, pero todas, absolutamente todas, son de esas personas a las que les cubre el mismo cielo, empezando por mí, que la amo porque en ella es donde encuentro mi sentido de identidad y he escrito mi historia personal. De aquí soy y aquí quiero estar, ojalá me puedas escuchar.

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