Algunos se los llevó el viento, a otros el agua, muchos más el tiempo.
Terminaron en manos extrañas por accidente o mala voluntad. Partieron en bolsas, bolsillos, cajas o maletas. Otros se quedaron mientras yo me alejaba, por decisión, gusto, obligación o mera supervivencia.
Monedas y billetes, aretes y relojes, libros y libretas, lápices y colores, boletos y gafetes, fotografías y postales, estampas y estampillas, calcetines y zapatos, llaves y candados, guantes y sombreros, cartas y acordeones, cancioneros y cassettes, casas y coches.
¡Tanto he perdido! Aunque he descubierto que nada es indispensable.
Con sacudidas de sismo, ráfagas de tormenta, el inefable naufragio, la brisa suave de la madurez, el fluir de un pacífico arroyo, porque andamos hacia nuestro propio destino coincidiendo o alejándonos de los otros, los he perdido.
Ilusiones e inocencias, esperanzas y sueños, recuerdos y memorias, besos y caricias, suspiros y cantos, gustos y placeres, dogmas y certezas, ídolos y héroes, creencias y convicciones, caminos y destinos, amores y amistades, maestros y mentores, rutinas y momentos, rostros y manos, discursos y oraciones.
¡La pérdida es transformación! Crecer los renuevos duele, el cambio es ineludible, lo abrazo.
Huérfana de aquellos que se han ido, cual hojas al viento o burbujas de jabón. Súbita o lentamente, todos nos desvanecemos hacia el infinito, porque nuestro reloj tiene los granos de arena contados.
Sus nombres inscritos en el libro de los muertos, ahí está el nombre de mi abuela pequeña e incansable, del niño con quien jugué semana inglesa aquel verano, el de mi anciana tía que escribía cartas, el de mi querido amigo bromista y curioso, el de la mujer de pasos firmes y risa sonora, el padre de los gemelos que han crecido a la par de mi hijo, todas y todos ellos, ausentes por siempre de mi lado.
¡A tantos perderé! ¡Es inevitable!
Los dejo ir en paz, ya que un día, a mí también, me llevará el viento.
Ilustración: Fotografía de Saad Chaudy en Unsplash