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En voz de Penélope - Esther Solano


Las olas rompen en las profundas tinieblas que preceden al despuntar del día.


En silencio, en el interior de nuestra habitación, Ulises y yo nos abrazamos. Siento sus brazos rodeándome. Mis ojos cerrados contra su pecho poderoso. Oscuridad de vientre materno. Penumbra y calidez, seguridad fugaz.



Este abrazo es un adiós. Ulises quizás no vuelva, va a pelear una guerra del otro lado del mar. El reino de Poseidón tan inmenso, pleno de peligros: tormentas, olas incesantes, cantos encantadores de sirenas.


Si tiene éxito en su travesía, lo espera el territorio de Marte, tan lleno de muerte, dios sediento de sangre. La que corre por las venas de Ulises es tibia y dulce, una provocación a su avidez.


Siento su corazón latiendo, la vida bullendo debajo de su piel. Este abrazo es lo que tengo, de lo que me prendo para sobrevivir. Separarme de Ulises es un parto doloroso, mis lágrimas se derraman abundantes, caudal salado y caliente, como fuente rota.


Mi pecho se aleja del suyo, los dedos continúan entrelazados, de a poco van dejando ir, se alargan buscando prolongar el lazo que cual cordón umbilical unen su corazón al mío, vínculo profundo, íntimo, vital, exclusivo: sólo nosotros. Apenas se rozan las yemas de los dedos hasta que de súbito se separan.


Ulises ya no respirará por ambos. Mi caja torácica se expande, mis pulmones duelen al llenarse de esta primera bocanada de soledad.


Juntos hemos dado a luz a la casi viuda quien desde ahora: soy yo, dedicada al ingrato oficio de esperar.


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