El que a los suyos
Parece, honra merece.
Las familias casi siempre han vivido entre tres generaciones: los abuelos, los padres y los hijos. Pocas familias han alcanzado las cuatro generaciones juntas, por ley de vida, eso ha sido esporádico.
Como todo, esta experiencia tiene dos caras de una moneda: la parte agradable y el aspecto difícil.
Cuando se comparten tres perspectivas de vida, tres tiempos históricos y tres enfoques costumbristas, el intercambio, además de enriquecer las oportunidades, puede ser fuente infinita de aprendizaje constante.
La convivencia entre tres generaciones permite el reconocimiento de las diferencias, las diferencias permiten la apertura para asumir nuevas ideas y la apertura del horizonte en las creencias, sin absolutizar lo propio como lo único válido, permite el avance y nuevos logros.
Sin embargo, esto no siempre es fácil ni combina con los valores reales de cada generación, ya que lo que en un momento es oportuno y apreciable, al paso del tiempo puede resultar obsoleto y tiende a rechazarse, pudiendo perderse algo que habría que defender.
Esto se vive más claramente entre abuelos y nietos. Los padres están más cerca de los cambios, porque los cambios se dan casi siempre, en la primera generación. La de los hijos.
¿En que puede radicar la riqueza de esta variedad de las diferentes visiones de vida? Tal vez en la posibilidad de argumentar los propios valores, en la capacidad de escuchar por qué se mira diferente ese mismo objeto y sus diferentes facetas y en no perder lo que se define como valioso, a pesar del paso del tiempo.
Yo quiero compartir mi experiencia desde la tercera generación, la de los abuelos.
Los cambios no siempre me han parecido oportunos, el dejar atrás una serie de actitudes vividas con la integridad del respaldo de un aspecto de la verdad, de las consecuencias vislumbradas de algunos cambios, de la confusión que, al perderse ciertos valores, percibo en formas más modernas de ver la vida, en el impacto que observo de efectos en las personas, sobre todo en los jóvenes, me parece importante ofrecer mi perspectiva, mi visión, ponerla a reflexión, proponer mis argumentos y escuchar los valores que hay detrás de lo que es conveniente cambiar.
Es en este intercambio en lo que se puede avanzar, en un diálogo intergeneracional que permita entender y aceptar posturas que a veces parecen incompatibles y que, una vez dialogadas, no lo son tanto.
Reconozco que lo que ha permitido alcanzar nuevas metas en justicia, en equidad, en oportunidades para todos, en niveles de desarrollo personal, en logros de satisfacción. en la propia obra personal, en abolición de estereotipos, en aceptación de la individualidad, ha sido el romper esquemas establecidos, por medio de cuestionamientos que muchas veces han sido de rupturas entre las generaciones y que yo ya disfruto de estos logros como consecuencia des esfuerzo de quien me antecedió y de quien se atrevió.
Es solamente que el vivir entre tres generaciones lo quiero ver como una riqueza, como oportunidad de encuentro, como una posibilidad de dar en algún aspecto y ceder en otro para lograr la unión. No todo tiempo pasado fue mejor ni todo lo nuevo. por ese solo hecho, es valioso.
Con apertura y claridad de valores, cada generación puede ofrecer su perspectiva y recuperar el valor de vivir y convivir entre tres generaciones, porque lo que no se puede negar es el infinito amor entre abuelos, padres e hijos, que tienen tanto en común.
Ilustración: Fotografía del archivo de la propia autora.
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