Las flores de cempasúchil dicen claro y fuerte que te extraño Abue, con sus pétalos amarillos y naranjas, con su aroma característico y penetrante. Así tú, con los ojos abiertos o con los ojos cerrados, puedes seguir el camino que trazan para guiarte y que vengas por este día a nosotros, tu familia.
En la penumbra de la habitación parpadea la llama de la veladora, es frágil como la vida, luminosa y fulgurante como lo fuiste tú, Abue.
En la mesa te espera un vaso de agua para saciar la sed que te causa el largo recorrido desde el Mictlán hasta nosotros.
Es una fiesta que vengas, por eso las flores abundan, multicolores como los lazos en tus trenzas. El papel morado, blanco, rojo, habla de la alegría de haberte tenido en vida.
Esta tarde de noviembre nos sentamos a compartir platillos como los que tú cocinabas para tus padres, tus hermanos y tus hijos que se adelantaron.
Un tamal verde y atole. Mole verde que nadie ha logrado preparar como tú. Disfrútalos sin prisa, yo te acompaño con gusto, mientras con su sabroso aroma te recuerdo en la cocina, reina y señora del fuego.
Como el azúcar que cubre el pan de muerto, como el jarabe de piloncillo que baña la calabaza, así de dulce es tu recuerdo Abuelita.
En este Día de Muertos te siento tan viva como cuando me regalabas el corazón del chayote y me hacías la niña más feliz del mundo.
Hasta el próximo año Abue, sigues viva en mí, por siempre.
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