En mil novecientos cincuenta y ocho mi encuentro con la delincuencia de esos años, era todo un oficio serio y formal, nada de que, ya entrado en gastos me echo al ñor o la ñora. Eran asalta casas, solo eso hacían con cuidado y efectividad.
Entraron a mi modesto hogar y se llevaron lo de valor: medio litro de aceite, una estufa de petróleo, unos zapatos media suela de mi padre, el tesoro mayor fue la plancha prestada, con la cual mi mamita se ganaba el sustento.
Ni rompieron candados, ni esperaron a que los moradores estuvieran dormidos, ¡no señor! Esperaron a que no hubiera nadie, que generalmente era por la mañana, ¡y darle a la robadera! De verdad que espantaba ver todo regado y revuelto. Pero nomás.
Los carteristas también eran éticos en su oficio, ni te amedrentaban ni nada, solo cuando te buscabas el monedero, este había pasado a mejores manos.
Ni cuenta te dabas cuando te bolseaban o cortaban los tirantes de las bolsas o las rajaban finamente y adiós lo que trajeras ahí, hasta el polvo para el rostro Ángel face.
Entre el gentío !ay de ti! si te distraías embobada viendo las chácharas, porque a la hora de pagar nanay, tu portamonedas se había ido a través de una rajada al morral. Siempre me preguntaba ¿cómo saben, donde está la marmaja?
Ellos sí que tenían ética, y eran sanos no influenciados por sustancias, que dicen que estaban enyerbados o bajo el influjo del alcohol u otras sustancias enervantes.
Ellos sí que eran profesionales en su oficio, había clasificación roba casas, carteristas dos de bastos, ah, me faltó los que timaban con el fajo de dinero encontrado, engañaban a tu avaricia, y una vez que te habían bajado una feria, se iban y te dejaban con el rollo de billetes de periódico.
Si había oficio, nada de maldad maldosa. No sé si ya habrían roba coches, lo que si había era roba chicos, bueno por lo menos a nosotros mi mamá si nos asustaba, con que nos iba a llevar el roba chicos si no nos portábamos bien.