Aprecio el camino porque me muestra por donde caminar.
Despierta mi interés porque me permite ver a todas esas personas que tienen una mirada parecida a la mía.
Me gusta el camino por el que recorro la vida porque así hallo la inspiración para realizar la misión descubierta.
Me dirijo por el camino con alguna certeza porque cuando encuentro escollos junto a mí, aparece alguien que me da la mano para seguir adelante.
Sigo el camino porque cuando he perdido el rumbo, el amor de algún caminante, me reorienta.
Cuando descubro la belleza que hay en el camino, invito al que va pasando, a que lo recorra.
Cuando entra el cansancio en el camino, aparece un árbol que me ofrece su sombra para recuperar la energía necesaria y, retomarlo.
Al andar el camino y poner la vista hacia adelante, veo el futuro en el presente.
Mi recorrido a veces es en solitario cuando quiero descubrir los detalles, y es en compañía cuando sé hacia donde me dirijo y hacia donde quiero llegar.
A veces miro y creo que desaparece el camino, si pongo la fe por delante, lo vuelvo a encontrar.
Cuando percibo bifurcaciones, es momento de hacer un alto en el camino y revisar la ruta con relación al compromiso asumido.
Cuando volteo para ver el camino recorrido, lo encuentro solo como experiencia y aprendizaje, más nunca como posibilidad de regreso.
Y así es como vuelvo la mirada al frente y emprendo de nuevo el camino, ahora con recuerdos en el alma.
Entonces concluyo que el camino es la vida y mientras sea una realidad, la única oportunidad que tengo es seguir recorriéndolo con amor y creatividad.
Ilustración: Fotografía de Lili Popper en Unsplash
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