Aceptar, más vale...
¡Cuántas emociones surgieron al leer el poema! ¡qué profunda reflexión! ¡Me conmovió haberme sentido identificada con la sabiduría que encierran esas palabras entrelazadas para hacerme consciente de cuántas cosas he tenido que aceptar y cuántas más tendré que hacerlo!
Tuve que aceptar la finitud de mis padres y la consecuente orfandad. Durante largo tiempo creí que siempre estarían para mí.
Al ver a cada uno de mis hijos, tuve que aceptar que eran míos, pero no eran para mí, y si lo hubiera intentado, habría sido un gran error. Ellos, al igual que yo, descubrieron que tenían que hacer su propio camino. Por ello no los enganché a mi mundo ni yo a su vida. El precio, mi soledad, el beneficio, su libertad y fuente de felicidad, el rendimiento incalculable, sus hijos, mis nietos. Una nueva conexión con la vida y la alegría de estar entre ellos.
Verlos y verme, me hizo aceptar que el tiempo es implacable y que me conduce hacia una meta definida para mí. Por ello cuestiono la eternidad que solo por la fe elegida, la encuentro como respuesta, sin pensar mucho en ella.
Tuve que aceptar que aquel limonero que planté con gran cariño eligió morir antes de saber que lo abandonaba cuando dejara el sitio en el que lo sembré. Su lealtad hasta la muerte me hizo aceptar que, cuando desaparece el sentido, hay que aceptar el hasta aquí.
Aprendí a usar horas, habilidades y un carisma para decirle al mundo: no resolví el problema educativo del país, pero he hecho mi contribución, y tengo que aceptar que un día tendré que decir adiós, aunque eso, como cualquier despedida, cause dolor.
He tenido que aceptar que mis hijos y nietos, las personas que amo y también las que no amo, tienen derecho a pensar y actuar de manera diferente que yo, sin que eso necesariamente me lleve a romper, al contrario, es oportunidad de ejercer la tan nombrada tolerancia.
He tenido que aceptar que mis objetos, a los que he cuidado, han sido motivo de envidia. Algunos me los arrebataron, eran míos y desaparecieron, solo quedaron en un recuerdo que duele.
He tenido que aceptar que la democracia que elijo para vivir es una utopía frente a cualquier poder. A veces me ha dolido ver a mi país con tan poca oportunidad.
He tenido que aceptar las decisiones que toma la autoridad, cualquiera que sea, aunque lo encuentre absurdo.
He tenido que aceptar que el Dios en el que creo no es creencia para todos. A mí me da el significado de ser, pero no así a otros.
He tenido que aceptar que mi ser es mortal, el espejo me lo recuerda cada mañana. Esa imagen me coloca entre los pasajeros del mundo que se acercan a su parada final y tengo que aceptar que seré yo a quien un día le den ese adiós que di a quienes de mi lado se fueron.
Imagino a hijos y nietos teniendo que aceptar que, aunque yo sea única e irrepetible, habré de desaparecer y tendré que aceptar que seguirán su vida sin mí.
He tenido que aceptar que hay cosas que no he podido aceptar y que eso es parte de lo que soy y, aún más, de lo que realmente puedo ser.
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