Mi vida está hecha de retazos. Se les llama recuerdos. No son continuos, para mà son retazos.
Mi recuerdo más lejano es cuando junto con mi hermano, compramos una paleta de animalitos en la tienda de la esquina. El escaparate era una ventana y a través del cristal contemplábamos las delicias de los dulces anhelados.
VivÃamos en el viejo y añorado Mixcoac, en la calle de Empresa, en una casa antigua. Fue allà en la cocina, la del gran fogón de barro y azulejos, cuando al entrar corriendo, tropecé en una baldosa medio rota por el uso y el tiempo. Me lesioné la garganta con el palo de la paleta.
Lloré mucho. Palabras dulces y serenas calmaron mi llanto. Manos sabias curaron mi boca.
Otro retazo, es ver a mi abuelo terminando de comer. Otra casa del viejo Mixcoac en la calle de Poissain. HabÃa una escalinata, que para mis ojos de niña, era enorme. Desembocaba en un gran corredor desde donde se entraba al comedor. Mi abuelo terminando de comer, bebÃa una cerveza. ¿Abuelito a que sabe? El me dio a probar, sabÃa horrible. Desde entonces nunca me ha gustado la cerveza.
TenÃa siete años. En la misma casa de la calle de Poissain, padre nos reunió en la sala. Éramos cinco hermanos. Se me quedaron grabadas las palabras ¨Su madre se ha ido al cielo¨ no recuerdo más. A veces me despertaba y abrazaba el cobertor de la cama donde ella dormÃa.
Mis hermanos y yo partimos en diferentes direcciones, pero toda nuestra vida ha sido como si fuéramos un racimo con cinco uvas, o los cinco dedos de la mano. Nunca nos habÃamos separado hasta que el ciclo de la vida reclamo a una de nosotros.
Mi vida hecha de retazos no se ha terminado. Tengo que coserlos, unirlos y formar una manta de recuerdos.
Ilustración: FotografÃa de Dihn Phan en Unsplash