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Al mar - Esther Solano



Tenía dieciséis años cuando me reencontré con el mar, tras una década en tierra firme. Fue un viaje al Pacífico mexicano, a la costa de Guerrero, pero no el famoso Acapulco sino Zihuatanejo. Después de tanto tiempo, más que reencuentro fue un descubrimiento. Quedé maravillada de la inmensidad del mar, de la violencia de sus olas y la suavidad de la arena de color moreno y cálido.


Desconocía lo que hace el sol sobre la piel de los citadinos, me quemé como nunca antes, la piel al rojo vivo, aún horas después se sentía caliente, resultaba imposible dormir sobre la espalda o cubrirse con la más ligera sábana. También conocí a los mosquitos costeños, ellos se presentaron con determinación y sin piedad.


Esa reunión con el mar se quedó grabada en mi piel, más allá del escozor por las severas quemaduras y múltiples picaduras. Me dejó el deseo de regresar.


He regresado muchas veces. Aprendí a cuidarme del sol, pero sigo disfrutando del placer inmenso de verlo ponerse sobre esa inmensidad del océano azul como si fuera la primera vez.




Ilustración: fotografía en Usplash

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