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Salvando a Mariana - Esther Solano


Todo empezó desde el momento de la concepción, se accionó un mecanismo escrito en sus genes. En cuanto empezaron a existir, las neuronas extendieron sus dendritas, como dedos larguísimos para entrelazarse en un corro, cual niñas jugando “Doña Blanca” formando un círculo, sin principio ni final. Una vez hecha la sinapsis, la corriente eléctrica fluía, dotando a Sofi de la capacidad de procesar grandes cifras, resolver ecuaciones algebraicas, calcular áreas y volúmenes, así como de reconocer patrones improbables.


Muy pronto adquirió recuerdos acuosos y tibios de un viaje intergaláctico en una cápsula pequeña, a medida, ajustable, que crecía con ella. A pesar de la obscuridad, se podía intuir el trajín de cada día, la rutina de lunes a viernes: el descenso por unas escaleras, el vaivén de un vagón, el ascenso a la superficie, movimiento y tareas, mucha actividad hasta que se repetía el descenso, el vaivén y el ascenso.


Las voces humanas a través del líquido amniótico eran, muchas veces, un murmullo de lluvia suave y constante, sin embargo, había palabras que provenían de una voz grave, esas caían por las noches como una granizada, veloces y duras, golpeaban sus tímpanos, lograban que el ánimo de su madre se alterara, perturbaban por completo su universo, su cápsula se tensaba, las paredes se comprimían para hacerla más pequeña aún, buscaban protegerla. A ese temporal, seguía una sacudida rematada por un caudal de adrenalina. Luego, el silencio. Resultaba difícil descansar, casi imposible conciliar el sueño. Ocasionalmente, comenzaba el chubasco, pero cambiaba el rumbo, las sacudidas eran distintas, más rítmicas que terminaban con una descarga de endorfinas.


Con el tiempo, las voces dejaron de ser sólo una mezcla de percusiones y cuerdas, acumuló suficiente información para reconocer palabras, cortas y dulces como cuando Mariana se tocaba la barriga y decía “corazón”, así como los insultos afilados como cuchillos que se repetían por las noches: tonta, inútil, puta. Una a una, adquirió el poder de las palabras hasta lograr comprender mensajes con una sintaxis compleja.


Nacer fue doloroso, con razón los griegos pensaban que quien pasaba por ese trance olvidaba todo para empezar desde cero - tabula rasa- sin embargo, Sofi no olvidó lo aprendido. Luego de ver la luz, continuó aprendiendo, supo pronto que no era común entender su entorno y los eventos con esa claridad. Aprovechó la ventaja de que ignoraran su capacidad, escuchó confesiones en falsa intimidad, mientras veía, captaba, registraba y analizaba.


El metro de la Ciudad de México, laberinto de túneles y confesionario masivo. En el vagón rosa viajaba acompañada por mujeres de todas las edades, por las mañanas calladas y apresuradas, se maquillaban, pero por las tardes, cansadas de regreso a casa, con la guardia baja, compartían las más íntimas historias, ninguna se cuidaba de que esa bebé en brazos de su madre las escuchara, su disfraz la cubría bien, le permitía aprender de la naturaleza humana.


Su cerebro aprendía más rápido que sus músculos y entendió que dejarse llevar en brazos también era una ventaja, si Cleopatra había sido llevada a Egipto en un balancín, ella modestamente permitiría que Mariana con su cariñoso abrazo la llevara por esa ciudad de contrastes.


Llegó el día en que pusieron en sus manos un celular, acceso directo a un mundo de información, su madre creía que el embeleso venía de las caricaturas que entretenían a otros niños de su edad: Paw Patrol, Gallinita Pintadita, Peppa Pig. Mariana le dejaba el dispositivo móvil mientras se ocupaba de otras tareas, iba y venía por el departamento; Sofi con su inocente y regordete dedito índice lograba llegar a sitios de Universidades, Museos y Bibliotecas que contenían cátedras completas, lecciones de física cuántica y disertaciones sociológicas, además le brindaba acceso a las noticias del día a día. Así supo de Lesvy ahorcada por su novio. Daniela secuestrada por un taxista mientras su amigo especial ignoraba el mensaje de ayuda. Ingrid acuchillada y eviscerada por su pareja luego de una discusión doméstica. Una escena que debió ser muy parecida a la que se repetía cada noche entre Mariana y su padre. Sofi pudo adelantar la película y ver cómo acabaría eso. La espiral de violencia, insultos, discusiones, golpes, más golpes hasta llevarla al destino fatal. Temió por la vida de Mariana.


Sofi decidió tomar acción, Mariana merecía una oportunidad, era amable y trabajadora, sonreía, cantaba, florecía cuando no estaba con él. Empezó a buscar alternativas, encontró numerosas opciones: “Como dejar un auto sin frenos” “Bombas caseras” “Despida para siempre a las ratas de su hogar”, entonces recordó que tenía una batalla personal con la fuerza de gravedad, su cuerpo crecía y sus músculos requerían práctica para ponerla de pie o desplazarla, los físicos habían explicado desde el principio de los tiempos el concepto “centro de gravedad” pero al parecer sus piernas, brazos y cuerpo no acaban de entenderlo, dejándola de nuevo en el piso. Ese principio aplicaba para todos los cuerpos en el universo, incluido el cuerpo de su padre.


Cada sábado por la mañana, el desayuno se veía interrumpido por un inconveniente, Mariana se esforzaba por evitar la ira de su pareja, pero siempre faltaba algo, las tortillas estaban frías o los chilaquiles muy secos o los frijoles muy salados, él lo notaba y lo evidenciaba a gritos, seguían los manotazos sobre la mesa y ocasionalmente algún plato se estrellaba contra la pared. Parte de la rutina era ver salir a Mariana rumbo a la tienda para resolver la situación, quien a fin de regresar más rápido, dejaba a la pequeña gateando bajo el cuidado de su hambriento y amoroso padre.


Al sábado en cuestión, le antecedió un viernes en que él había ido a festejar hasta muy tarde con sus compañeros de oficina, esa mañana estaba particularmente irritable. Era primavera y hacía calor, por lo que la puerta al balcón estaba abierta. Sofi había sido provista de un biberón de ocho onzas de leche, anticipando su llanto que empeoraría el ánimo de su padre.

Mariana sirvió el desayuno y de acuerdo al guion, la escena inició:

-¿Qué te pasa estúpida? ¡Esto está hirviendo¡ ¿me quieres quemar el hocico?

- No, no, es que sabe mejor caliente

- ¡Inútil! Ya se me escaldó la lengua… ¡Qué asco! ¡Esta cerveza está tibia!

- Es que el refrigerador no enfría más

- Ve por una cerveza bien fría y tráela antes que se enfríe la birria ¡ya vete! ¡Bruta!


Mariana tomó el monedero y salió corriendo. Sofi miraba desde su rincón. Todo era perfecto, él miraba su celular, se reía al ver fotos del festejo de la noche anterior, chistes y memes.


Cuando por fin levantó la vista, la pequeña se inclinaba sobre el barandal, corrió a detenerla, no vio el charco de leche, se resbaló y con su centro de gravedad fuera de lugar, se desbalanceó, pasó por encima del barandal y cayó, finalmente se estrelló contra el asfalto varios pisos más abajo, con un crujido seco su cráneo se vació dejando por el piso fragmentos rosas de un cerebro que no pensaría nunca más que necesitaba una cerveza bien fría para acompañar su desayuno.



Ilustración: Alicia Petresc

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